Iglesia de San Eugenio Mártir
Cuando Argés no era más que un caserío, tenía una pequeña iglesia atendida por un teniente cura, y la misma pertenecía en lo eclesiástico al arciprestazgo de Menasalbas. Fue en 1.656, cuando el párroco solicitó la construcción de una nueva iglesia parroquial, ya que la existente amenazaba ruina y carecía de rentas para acometer las importantes reparaciones que necesitaba, además de que su escasa capacidad era insuficiente para acoger al vecindario que iba aumentando. En esa misma centuria debió iniciarse la construcción de la nueva iglesia, puesta bajo la advocación de San Eugenio Mártir, obispo de Toledo y Nuestra Señora de la Antigua.
La Iglesia de Argés tuvo su época más relevante en el siglo XVIII. Después de varias restauraciones se define de estilo neoclásico, formada por planta de cruz latina, de tres naves separadas por arco de medio punto sobre pilares. La central es más ancha, con pilastras adosadas en los pilares, y se cubre con bóveda de cañón con luneta.
De la primitiva iglesia demolida se trasladó a la moderna un magnífico retablo de J. Bautista Monegro, que fue colocado en la nave del Evangelio, destruido durante la Guerra Civil.
En esta Iglesia Parroquial se conserva una custodia procesional de plata dorada, de principio del siglo XVII, que aparecía grabada y cincelada con esmalte. Esta hermosa pieza perteneció primeramente a la Cofradía del Santísimo Sacramento de la Parroquia de Santa María de Yébenes, a la cual, el 14 de julio de 1.687, la compró en más de seis mil reales, donándosela a la parroquia de Argés, su gran favorecedor, el Dr. Don Bernardino de las Quentas y Zayas, Presidente que fue del Consejo de la Gobernación del Arzobispado de Toledo.
En un documento fechado un 9 de junio de 1.752, don Joseph de Lara es el cura propio de la Iglesia Parroquial de este dicho lugar de Argés.
En 1.688, el mismo Dr. Bernardino de la Cuentas y Zayas, eclesiástico benefactor de la Iglesia de Argés, mandó levantar a la salida de la población, camino de Layos, una ermita dedicada a San Pablo, la misma que más tarde, en 1.752, se puso bajo la advocación de Nuestra Señora de la Concepción.